24 ago 2011

Funes el Memorioso

Lo recuerdo (yo no tengo derecho a pronunciar ese verbo sagrado, sólo un hombre en la tierra tuvo derecho y ese hombre ha muerto) con una oscura pasionaria en la mano, viéndola como nadie la ha visto, aunque la mirara desde el crepúsculo del día hasta el de la noche, toda una vida entera. Lo recuerdo, la cara taciturna y aindiada y singularmente remota, detrás del cigarrillo. Recuerdo (creo) sus manos afiladas de trenzador. Recuerdo cerca de esas manos un mate, con las armas de la Banda Oriental; recuerdo en la ventana de la casa una estera amarilla, con un vago paisaje lacustre. Recuerdo claramente su voz; la voz pausada, resentida y nasal del orillero antiguo, sin los silbidos italianos de ahora. Más de tres veces no lo vi; la última, en 1887... Me parece muy feliz el proyecto de que todos aquellos que lo trataron escriban sobre él; mi testimonio será acaso el más breve y sin duda el más pobre, pero no el menos imparcial del volumen que editarán ustedes. Mi deplorable condición de argentino me impedirá incurrir en el ditirambo —género obligatorio en el Uruguay, cuando el tema es un uruguayo. Literato, cajetilla, porteño: Funes no dijo esas injuriosas palabras, pero de un modo suficiente me consta que yo representaba para él esas desventuras. Pedro Leandro Ipuche ha escrito que Funes era un precursor de los superhombres; “Un Zarathustra cimarrón y vernáculo”; no lo discuto, pero no hay que olvidar que era también un compadrito de Fray Bentos, con ciertas incurables limitaciones.
Mi primer recuerdo de Funes es muy perspicuo. Lo veo en un atardecer de marzo o febrero del año ochenta y cuatro. Mi padre, ese año, me había llevado a veranear a Fray Bentos. Yo volvía con mi primo Bernardo Haedo de la estancia de San Francisco. Volvíamos cantando, a caballo, y ésa no era la única circunstancia de mi felicidad. Después de un día bochornoso, una enorme tormenta color pizarra había escondido el cielo. La alentaba el viento del Sur, ya se enloquecían los árboles; yo tenía el temor (la esperanza) de que nos sorprendiera en un descampado el agua elemental. Corrimos una especie de carrera con la tormenta. Entramos en un callejón que se ahondaba entre dos veredas altísimas de ladrillo. Había oscurecido de golpe; oí rápidos y casi secretos pasos en lo alto; alcé los ojos y .vi un muchacho que corría por la estrecha y rota vereda como por una estrecha y rota pared. Recuerdo la bombacha, las alpargatas, recuerdo el cigarrillo en el duro rostro, contra el nubarrón ya sin límites. Bernardo le gritó imprevisiblemente: ¿Qué horas son, Ireneo? Sin consultar el cielo, sin detenerse, el otro respondió: Faltan cuatro mínutos para las ocho, joven Bernardo Juan Francisco. La voz era aguda, burlona.
Yo soy tan distraído que el diálogo que acabo de referir no me hubiera llamado la atención si no lo hubiera recalcado mi primo, a quien estimulaban (creo) cierto orgullo local, y el deseo de mostrarse indiferente a la réplica tripartita del otro.
Me dijo que el muchacho del callejón era un tal Ireneo Funes, mentado por algunas rarezas como la de no darse con nadie y la de saber siempre la hora, como un reloj. Agregó que era hijo de una planchadora del pueblo, María Clementina Funes, y que algunos decían que su padre era un médico del saladero, un inglés O'Connor, y otros un domador o rastreador del departamento del Salto. Vivía con su madre, a la vuelta de la quinta de los Laureles.
Los años ochenta y cinco y ochenta y seis veraneamos en la ciudad de Montevideo. El ochenta y siete volví a Fray Bentos. Pregunté, como es natural, por todos los conocidos y, finalmente, por el “cronométrico Funes”. Me contestaron que lo había volteado un redomón en la estancia de San Francisco, y que había quedado tullido, sin esperanza. Recuerdo la impresión de incómoda magia que la noticia me produjo: la única vez que yo lo vi, veníamos a caballo de San Francisco y él andaba en un lugar alto; el hecho, en boca de mi primo Bernardo, tenía mucho de sueño elaborado con elementos anteriores. Me dijeron que no se movía del catre, puestos los ojos en.la higuera del fondo o en una telaraña. En los atardeceres, permitía que lo sacaran a la ventana. Llevaba la soberbia hasta el punto de simular que era benéfico el golpe que lo había fulminado... Dos veces lo vi atrás de la reja, que burdamente recalcaba su condición de eterno prisionero: una, inmóvil, con los ojos cerrados; otra, inmóvil también, absorto en la contemplación de un oloroso gajo de santonina.
No sin alguna vanagloria yo había iniciado en aquel tiempo el estudio metódico del latin. Mi valija incluía el De viris illustribus de Lhomond, el Thesaurus de Quicherat, los comentarios de Julio César y un volumen impar de la Naturalis historia de Plinio, que excedía (y sigue excediendo) mis módicas virtudes de latinista. Todo se propala en un pueblo chico; Ireneo, en su rancho de las orillas, no tardó en enterarse del arribo de esos libros anómalos. Me dirigió una carta florida y ceremoniosa, en la que recordaba nuestro encuentro, desdichadamente fugaz, “del día siete de febrero del año ochenta y cuatro”, ponderaba los gloriosos servicios que don Gregorio Haedo, mi tío, finado ese mismo año, “había prestado a las dos patrias en la valerosa jornada de Ituzaingó”, y me solicitaba el préstamo de cualquiera de los volúmenes, acompañado de un diccionario “para la buena inteligencia del texto original, porque todavía ignoro el latín”. Prometía devolverlos en buen estado, casi inmediatamente. La letra era perfecta, muy perfilada; la ortografía, del tipo que Andrés Bello preconizó: i por y, j por g. Al principio, temí naturalmente una broma. Mis primos me aseguraron que no, que eran cosas de Ireneo. No supe si atribuir a descaro, a ignorancia o a estupidez la idea de que el arduo latín no requería más instrumento que un diccionario; para desengañarlo con plenitud le mandé el Gradus ad Parnassum de Quicherat. y la obra de Plinio:
El catorce de febrero me telegrafiaron de Buenos Aires que volviera inmediatamente, porque mi padre no estaba “nada bien”. Dios me perdone; el prestigio de ser el destinatario de un telegrama urgente, el deseo de comunicar a todo Fray Bentos la contradicción entre la forma negativa de la noticia y el perentorio adverbio, la tentación de dramatizar mi dolor, fingiendo un viril estoicismo, tal vez me distrajeron de toda posibilidad de dolor. Al hacer la valija, noté que me faltaban el Gradus y el primer tomo de la Naturalis historia. El “Saturno” zarpaba al día siguiente, por la mañana; esa noche, después de cenar, me encaminé a casa de Funes. Me asombró que la noche fuera no menos pesada que el día.
En el decente rancho, la madre de Funes me recibió. Me dijo que Ireneo estaba en la pieza del fondo y que no me extrañara encontrarla a oscuras, porque Ireneo sabía pasarse las horas muertas sin encender la vela. Atravesé el patio de baldosa, el corredorcito; llegué al segundo patio. Había una parra; la oscuridad pudo parecerme total. Oí de pronto la alta y burlona voz de Ireneo. Esa voz hablaba en latín; esa voz (que venía de la tiniebla) articulaba con moroso deleite un discurso o plegaria o incantación. Resonaron las sílabas romanas en el patio de tierra; mi temor las creía indescifrables, interminables; después, en el enorme diálogo de esa noche, supe que formaban el primer párrafo del vigésimocuarto capítulo del libro séptimo de la Naturalis historia. La materia de ese capítulo es la memoria; las palabras últimas fueron ut nihil non usdem verbis redderetur auditum.
Sin el menor cambio de voz, Ireneo me dijo que pasara. Estaba en el catre, fumando. Me parece que no le vi la cara hasta el alba; creo rememorar el ascua momentánea del cigarrillo. La pieza olía vagamente a humedad. Me senté; repetí la historia del telegrama y de la enfermedad de mi padre. Arribo, ahora, al más dificil punto de mi relato. Este (bueno es que ya lo sepa el lector) no tiene otro argumento que ese diálogo de hace ya medio siglo. No trataré de reproducir sus palabras, irrecuperables ahora. Prefiero resumir con veracidad las muchas cosas que me dijo Ireneo. El estilo indirecto es remoto y débil; yo sé que sacrifico la eficacia de mi relato; que mis lectores se imaginen los entrecortados períodos que me abrumaron esa noche.
Ireneo empezó por enumerar, en latín y español, los casos de memoria prodigiosa registrados por la Naturalis historia: Ciro, rey de los persas, que sabía llamar por su nombre a todos los soldados de sus ejércitos; Mitrídates Eupator, que administraba la justicia en los 22 idiomas de su imperio; Simónides, inventor de la mnemotecnia; Metrodoro, que profesaba el arte de repetir con fidelidad lo escuchado una sola vez. Con evidente buena fe se maravilló de que tales casos maravillaran. Me dijo que antes de esa tarde lluviosa en que lo volteó el azulejo, él había sido lo que son todos los cristianos: un ciego, un sordo, un abombado, un desmemoriado. (Traté de recordarle su percepción exacta del tiempo, su memoria de nombres propios; no me hizo caso.) Diecinueve años había vivido como quien sueña: miraba sin ver, oía sin oír, se olvidaba de todo, de casi todo. Al caer, perdió el conocimiento; cuando lo recobró, el presente era casi intolerable de tan rico y tan nítido, y también las memorias más antiguas y más triviales. Poco después averiguó que estaba tullido. El hecho apenas le interesó. Razonó (sintió) que la inmovilidad era un precio mínimo. Ahora su percepción y su memoria eran infalibles.
Nosotros, de un vistazo, percibimos tres copas en una mesa; Funes, todos los vástagos y racimos y frutos que comprende una parra. Sabía las formas de las nubes australes del amanecer del treinta de abril de mil ochocientos ochenta y dos y podía compararlas en el recuerdo con las vetas de un libro en pasta española que sólo había mirado una vez y con las líneas de la espuma que un remo levantó en el Río Negro la víspera de la acción del Quebracho. Esos recuerdos no eran simples; cada imagen visual estaba ligada a sensaciones musculares, térmicas, etc. Podía reconstruir todos los sueños, todos los entresueños. Dos o tres veces había reconstruido un día entero; no había dudado nunca, pero cada reconstrucción había requerido un día entero. Me dijo: Más recuerdos tengo yo solo que los que habrán tenido todos los hombres desde que el mundo es mundo. Y también: Mis sueños son como 1a vigilia de ustedes. Y también, hacia el alba: Mi memoría, señor, es como vacíadero de basuras. Una circunferencia en un pizarrón, un triángulo rectángulo, un rombo, son formas que podemos intuir plenamente; lo mismo le pasaba a Ireneo con las aborrascadas crines de un potro, con una punta de ganado en una cuchilla, con el fuego cambiante y con la innumerable ceniza, con las muchas caras de un muerto en un largo velorio. No sé cuántas estrellas veía en el cielo.
Esas cosas me dijo; ni entonces ni después las he puesto en duda. En aquel tiempo no había cinematógrafos ni fonógrafos; es, sin embargo, inverosímil y hasta increíble que nadie hiciera un experimento con Funes. Lo cierto es que vivimos postergando todo lo postergable; tal vez todos sabemos profundamente que somos in—mortales y que tarde o temprano, todo hombre hará todas las cosas y sabrá todo.
La voz de Funes, desde la oscuridad, seguía hablando..
Me dijo que hacia 1886 había discurrido un sistema original de numeración y que en muy pocos días había rebasado el veinticuatro mil. No lo había escrito, porque lo pensado una sola vez ya no podía borrársele. Su primer estímulo, creo, fue el desagrado de que los treinta y tres orientales requirieran dos signos y tres palabras, en lugar de una sola palabra y un solo signo. Aplicó luego ese disparatado principio a los otros números. En lugar de siete mil trece, decía (por ejemplo) Máximo Pérez; en lugar de siete mil catorce, El Ferrocarril; otros números eran Luis Melián Lafinur, Olimar, azufre, los bastos, la ballena, gas, 1a caldera, Napoleón, Agustín vedia. En lugar de quinientos, decía nueve. Cada palabra tenía un signo particular, una especie marca; las últimas muy complicadas... Yo traté explicarle que esa rapsodia de voces inconexas era precisamente lo contrario sistema numeración. Le dije decir 365 tres centenas, seis decenas, cinco unidades; análisis no existe en los “números” El Negro Timoteo o manta de carne. Funes no me entendió o no quiso entenderme.
Locke, siglo XVII, postuló (y reprobó) idioma imposible en el que cada cosa individual, cada piedra, cada pájaro y cada rama tuviera nombre propio; Funes proyectó alguna vez un idioma análogo, pero lo desechó por parecerle demasiado general, demasiado ambiguo. En efecto, Funes no sólo recordaba cada hoja de cada árbol de cada monte, sino cada una de las veces que la había percibido o imaginado. Resolvió reducir cada una de sus jornadas pretéritas a unos setenta mil recuerdos, que definiría luego por cifras. Lo disuadieron dos consideraciones: la conciencia de que la tarea era interminable, la conciencia de que era inútil. Pensó que en la hora de la muerte no habría acabado aún de clasificar todos los recuerdos de la niñez.
Los dos proyectos que he indicado (un vocabulario infinito para serie natural de los números, un inútil catálogo mental de todas las imágenes del recuerdo) son insensatos, pero revelan cierta balbuciente grandeza. Nos dejan vislumbrar o inferir el vertiginoso mundo de Funes. Éste, no lo olvidemos, era casi incapaz de ideas generales, platónicas. No sólo le costaba comprender que el símbolo genérico perro abarcara tantos individuos dispares de diversos tamaños y diversa forma; le molestaba que el perro de las tres y catorce (visto de perfil) tuviera el mismo nombre que el perro de las tres y cuarto (visto de frente). Su propia cara en el espejo, sus propias manos, lo sorprendían cada vez. Refiere Swift que el emperador de Lilliput discernía el movimiento del minutero; Funes discernía continuamente los tranquilos avances de la corrupción, de las caries, de la fatiga. Notaba los progresos de la muerte, de la humedad. Era el solitario y lúcido espectador de un mundo multiforme, instantáneo y casi intolerablemente preciso. Babilonia, Londres y Nueva York han abrumado con feroz esplendor la imaginación de los hombres; nadie, en sus torres populosas o en sus avenidas urgentes, ha sentido el calor y la presión de una realidad tan infatigable como la que día y noche convergía sobre el infeliz Ireneo, en su pobre arrabal sudamericano. Le era muy difícil dormir. Dormir es distraerse del mundo; Funes, de espaldas en el catre, en la sombra, se figuraba cada grieta y cada moldura de las casas precisas que lo rodeaban. (Repito que el menos importante de sus recuerdos era más minucios y más vivo que nuestra percepción de un goce físico o de un tormento físico.) Hacia el Este, en un trecho no amanzanado, había casas nuevas, desconocidas. Funes las imaginaba negras, compactas, hechas de tiniebla homogénea; en esa dirección volvía la cara para dormir. También solía imaginarse en el fondo del río, mecido y anulado por la corriente.
Había aprendido sin esfuerzo el inglés, el francés, el portugués, el latín. Sospecho, sin embargo, que no era muy capaz de pensar. Pensar es olvidar diferencias, es generalizar, abstraer. En el abarrotado mundo de Funes no había sino detalles, casi inmediatos.
La recelosa claridad de la madrugada entró por el patio de tierra.
Entonces vi la cara de la voz que toda la noche había hablado. Ireneo tenía diecinueve años; había nacido en 1868; me pareció monumental como el bronce, más antiguo que Egipto, anterior a las profecías y a las pirámides. Pensé que cada una de mis palabras (que cada uno de mis gestos) perduraría en su implacable memoria; me entorpeció el temor de multiplicar ademanes inútiles.
Ireneo Funes murió en 1889, de una congestión pulmonar.


1942

15 ago 2008

Tranqui...

Mi día fue normal.. tranquilo.. jaja.
A la mañana a la Di Tella (mucho mate de por medio), despues a comer a "El Almacén de Pizza", o algo así...
En casa me conecte, boludie.. busque varios textos en internet y jugue a una trivia online.. un día de mierda.. jaja
Mañana miro a la selección y tengo el taller de Murga con Edu "Pitufo" Lombardi, director de varios conjuntos ganadores del carnaval de Montevideo.
Hablando de eso.. les dejo el link a una canción, un jingle de las salchichas Schnek de Uruguay. Dejo video y audio, para el que quiera. Canta el zurdo Bessio, un lujo escucharlo...

http://www.schneck.com.uy/minisites/jingle/downloads/audio/version_larga/schneck_largo_128.mp3
http://www.schneck.com.uy/minisites/jingle/downloads/video/Schneck_para_youtube_2.avi

14 ago 2008

A Sangre Fría


Hoy cerramos la primera página completa que hicimos en el Master en Periodismo del diario La Nación. Fue de info gral. y no pude escribir ninguna nota entera, una mierda...
Se me cayeron fuentes, no me contestaban, el triple crimen me sacó a toda la plana mayor del Ministerio de Seguridad Boanerense. Me cagaron y empecé con el pie izquierdo.
Estoy desde las 17 leyendo a Sangre Fría, de Truman Capote. Me colgué el finde y no pude leer en la semana. Supuestamente es obligación para mañana, veremos que pasa.
Buenos, seguiré leyendo hasta que las velas ardan, voy a tratar de escribir un poco todos los días en este cuadernito. Además, todos los días les voy a dejar algo relacionado con mi jornada. Por ejemplo hoy les dejo el link del libro de Capote, para que lo puedan leer. Lo recomiendo.

http://www.geocities.com/elbuchon2001/capote.zip

15 jun 2007

La Temperatura del cielo y del Infierno

Muchos se lamentan ante aquellos que se pasan la vida midiéndolo todo. Es preciso reconocer que el afán de medir absolutamente todo en verdad puede resultar exagerado, pero es preciso también reconocer que hay mediciones que despiertan admiración.
Como la de Eratostenes de Cirene, que doscientos treinta años antes de la era cristiana —y mil setecientos cincuenta años antes del viaje de Magallanes— calculó la circunferencia de la Tierra usando una sencilla vara de mimbre y la sombra proyectada por ella, obteniendo una cifra asombrosamente exacta con una diferencia de apenas un diez por ciento respecto de las modernas mediciones hechas desde satélites.
El afán de medir es muy viejo y fue origen de no pocas discusiones, como aquella bizantina sobre cuántos angeles caben en la cabeza de un alfiler. En 1650, el arzobispo James Ussher, del Trinity College de Dublin, calculó que la creación del mundo se había producido el sábado 22 de octubre del año 4004 antes de la era cristiana a las 6 de la tarde. Su contemporáneo y colega John Lightfoot, de la Universidad de Cambridge, discrepó sutilmente con él, estableciendo que la creación se había producido en septiembre del año 3928 a. de C. El mismísimo Isaac Newton –probablemente el más grande de los científicos que hayan existido jamás-, fundador de la ciencia moderna, dedicó larguísimos años a determinar la fecha exacta del diluvio universal. La Edad Media —y buena parte de la Edad Moderna— se ocupó intensamente de estas mediciones fantásticas: altura de la torre de Babel, latitud del paraíso terrenal, el peso del unicornio, el tamaño del dragón y otros etcéteras por el estilo. En general, no se trataba de mediciones demasiado precisas, ya que se llevaban a cabo sin utilizar el copioso arsenal de la ciencia moderna y —detalle nada trivial— sobre objetos inexistentes o, si se quiere, “poco existentes”.
¬Naturalmente, a medida que la ciencia avanzó, es¬tos cálculos fantásticos se fueron difuminando en favor de mediciones mucho más precisas, como el radio de los átomos, la relación carga/masa del electrón, los años que nos separan del Big Bang o la exacta velocidad de la luz en el vacío.
Puede ser que la nostalgia por aquellas mediciones medievales de “objetos poco existentes” haya movido a un par de físicos ingleses —que ocultaron prudentemente sus nombres— a calcular la temperatura del Cielo y el Infierno y a publicarla en el Jozirnut of Applied Optics, en 1972, con una sorprendente —y poco intuitiva— conclusión: que el Cielo es más caliente que el Infierno.
Y es así: la temperatura del Cielo se calcula a partir de Isaías 30:26: “La luz de la Luna será como la luz del Sol, y la luz del Sol será siete veces la luz de siete días”. Por lo tanto, el Cielo recibe de la Luna tanta radiación como la que nosotros recibimos del Sol y, además, siete veces siete, es decir cuarenta y nueve veces la que la Tierra recibe del Sol, o sea cincuenta veces en total. Ahora bien: si sabemos cuánta radiación recibe el Cielo (cincuenta veces la que recibe la Tierra) y utilizando las leyes del equilibrio térmico, la ecuación de Stefan-Boltzman y la temperatura absoluta de la Tierra – 300 grados Kelvin-o 7 grados centígrados— podemos calcular la temperatura del Cielo. La cuenta es un poco engorrosa (la temperatura de la Tierra por la raíz cuarta de cincuenta), pero no difícil, y el resultado es 525 grados centígrados (o 798 grados Kelvin).
La temperatura del Infierno se puede deducir del Apocalipsis 21:8: “Pero a los temerosos e incrédulos a los hechiceros y a los idólatras y a todos los mentirosos su parte será en el lago ardiendo con fuego azufre”. Como la temperatura de evaporación de azufre es 444,6 grados centígrados, para que exista un lago de azufre líquido sin evaporarse la temperatura del Infierno debe ser menor que 444,6. Luego, la temperatura del infierno está por debajo de los 444,6 grados y es menor que la del Cielo. No deja de ser sorprendente, y es importante saberlo a la hora de decidir pecar o no.

Fuente: Curiosidades de la Ciencia, Leonardo Moledo

1 mar 2007

EGRESE!!

A partir de hoy soy periodista. Aprobé la última materia y puedo decir que soy algo en la vida. Esta es la nota que me dió el título.


EXPLOTACIÓN MINERA EN BUENOS AIRES


En Sierra de La Ventana el pueblo se está movilizando. Los vecinos de esta villa serrana del sudoeste bonaerense quieren impedir la explotación minera en la zona. Los rumores que existen apuntan a un mineral en especial: el oro. Como pasó a mediados de 1800 en California o en Esquel en los últimos años, el precioso metal dorado puede traer más de un problema para la población.

Desde 1998 el principal ingreso de esta zona es el turismo. En poco tiempo aumentaron las cabañas y complejos para los visitantes que quieren disfrutar del aire, el verde y el agua de estos pueblos serranos. Y este incremento turístico no solo sucede en verano. En invierno también son atracción por la nieve que en los últimos años cae en junio o julio. Si se lleva a cabo la explotación de minerales puede suceder lo mismo que en Catamarca: los ríos se secarán porque el agua será utilizada para filtrar el oro, el aire será irrespirable por el cianuro que se usará y el turismo no querrá ir a un lugar como ese. Ya no habrá vista, ya no habrá agua, ya no habrá aire limpio.

En Julio de 2005 la Provincia de Buenos Aires, a través del Ministerio de Producción, declaró 41892 hectáreas de la zona como “Reserva Minera”. Según se publicó en el Boletín Oficial del 17/08/05, en esta área de los partidos de Tornquist y Saavedra podrían realizarse “tareas de investigación geológico-mineras para lograr el conocimiento de los recursos minerales que alberga y, en base a ello, promocionar su desarrollo y aprovechamiento racional”.

Los vecinos comenzaron a escuchar explosiones a mediados del año pasado. Santiago Pueblas, de FM Ventana, aseguró: “Hace unos meses sentimos explosiones menos espaciadas que las de las canteras. Inmediatamente un grupo de geólogos de la zona se puso a investigar y ahí nos enteramos de la resolución provincial”. Los vecinos se auto convocaron y lograron ser más de 500 la noche del 6 de febrero último. Allí, en el salón del Colegio Nº 6 Juan Bautista Alberdi, elaboraron un petitorio y se decidieron a recolectar firmas. Ya alcanzaron las 3.000, siendo que todo el partido de Tornquist tiene 11.759 (según el Censo del Indec de 2001).

El mismo 6 de febrero, la Subsecretaría de Industria, Comercio y Minería, dependiente del Ministerio de Producción, difundió un informe en el que se indicó que los análisis realizados no arrojaron “resultados positivos en metales".

Allí también se indicaba que "no fueron detectados yacimientos minerales ni anomalías (concentraciones superiores a lo normal en la corteza terrestre) que alienten trabajos de exploración y, obviamente, de explotación posteriores. Por este motivo, se han dado por concluidas las tareas de prospección de minerales metalíferos".

Sin embargo los vecinos siguen sin creer en la veracidad del documento provincial. Beatriz Weimann, integrante de la Asociación Ambientalista Raíces de Ventania, aseguró: "Se están dando tantas vueltas con este tema que no terminamos de entender si hay algo más atrás de todo esto o no". Muchos habitantes de Sierra y Villa Ventana no creen en la Subsecretaría de Minería. La mayoría ven atrás una mano negra, o dorada, que sigue sin explicar lo que pasa.

Alicia Suárez Bruno, del grupo ambientalista, aseguró: “Nosotros vamos a seguir con la lucha. Porque si no es ahora será mañana. Cualquier excusa es buena para poder hacer dinero y dañar el ambiente. Hasta que no se declare nula la disposición de Reserva Minera nosotros vamos a seguir peleando.

El subsecretario de Industria, Comercio y Minería bonaerense, Horacio Cepeda, dijo que “los resultados arrojados por los estudios muestran la gravedad de las falsas aseveraciones como las que lanzaron ambientalistas del sudoeste de la provincia, que sólo sirvieron para alarmar a la población".

En el medio de todo esto, la Fiscalía Federal comenzó una investigación para saber si ya se produjeron daños ambientales durante los estudios preliminares. El fiscal Hugo Cañón advirtió que desde la Unidad de Investigaciones Ambientales se busca "averiguar si hubo algún tipo de actividad que haya afectado a la comarca serrana". Cañón agregó que podrían pedir una medida cautelar en caso que se compruebe que se daño el ambiente serrano. También aseveró que se podría “llegar a radicar una denuncia penal”.

Los oficios que libró el fiscal Cañón, en el marco de la Investigación Preliminar Nº 84/2007, no sólo alcanzan a la dirección provincial de Minería, sino también a la subsecretaría de Industria y Minería bonaerense; al intendente de Tornquist, Marcelo Buschi; al diputado provincial y ex intendente Gerardo Rattero; y al Centro de Investigaciones Geológicas de la Universidad Nacional de La Plata.

Durante los primeros días las autoridades no respondían a las exigencias el pueblo. Luego del anuncio provincial que aseguraba que no había oro, el Concejo Deliberante de Tornquist voto un proyecto para apoyar la causa ambiental. Igualmente los vecinos no tuvieron muy en cuenta eso. Siguen creyendo que hay intereses políticos en el medio.

Según la Lic. en Ciencias Biológicas Verónica Odriozola, de Greenpeace Argentina “el cianuro es una sustancia altamente tóxica y su uso en el proceso de minería provoca un riesgo innecesario sobre la salud de las personas y el medioambiente. Los dueños de tierras cercanas a las minas también ven sus derechos amenazadas por la utilización de este químico en minas vecinas”.

También el agua sufriría cambios negativos. Odriozola asegura que “el agua se usa para realizar el proceso de recolección de oro, ya que junto con el cianuro forman una solución que expone el mineral al exterior para que sea visible”. Este método provoca sequías en la región y vierte los desechos en lo poco que queda, contaminando napas de agua potable.

Aún no hay nada confirmado. Las autoridades no dicen toda la verdad y será la justicia, a través del Fiscal Cañon, quien se encargue de dejar en claro este asunto. Mientras tanto los vecinos siguen en pie de guerra. Su lucha apenas empieza y prometen continuarla mientras haya una mínima posibilidad de daño ambiental de las sierras.

20 ene 2007

Diálogo

Duntz le preguntó a Smith:

-En total, ¿cuánto dinero encontraron en casa de Clutter?

-Unos cuarenta o cincuenta dólares.

A Sangre Fría, Truman Capote

Fútbol Loco

Hace un rato vi al pasar unas imágenes en Telefe Noticias. Eran 10 segundos de unos carteles publicitarios volando en medio del partido.
Busqué y busqué y no encontraba la noticia.

Recién en el noticiero del solcito escuche los datos necesarios, pasó en Sudáfrica. Un partido entre los Orlando Pirates y los Black Leopards de la Castle Premierchip (o algo así).

Me pareció tan raro que no dudé en buscarlo y subirlo acá.

15 ene 2007

South Park y los derechos de autor

Este es un excelente video que muestra con gran ironía los "problemas" que les trae a los artistas la bajada de música de internet. Los usuarios podemos hacerles tanto mal...



Comó verán, los artistas ganan muy poco por los derechos de autor. Las mayores ganacias las obtienen de los recitales y giras promocionales.

Hay que terminar con la mentira de que se perjudica al artista. Tan sólo es un medio alternativo para que se difunda su trabajo.

Queen en Argentina 1981

Este es un recital al que mi vieja fue. Ni mi hermano ni yo habíamos nacido. Fue quizás el mejor grupo de Rock. No habrá otro igual.

Disfrutenlo.



Negro te queremos!!!

Roberto Fontanarrosa anunció hoy a través de una carta de lectores en la Revista Viva que no va a realizar más los dibujos de sus tiras humorísticas.

“Finalmente, la mano derecha claudicó. Ya no responde, como antaño, a lo que dicta la mente. Por lo tanto, e independientemente de que yo siga intentando reanimarla, me veo en la necesidad de recurrir a alguno de los muchos excelentes dibujantes y amigos que tengo para que pongan en imágenes mis textos. En Viva hay dos frentes a cubrir: El chiste unitario quincenal y la página de Inodoro Pereyra, que se alternan. Hoy presentamos, acá, en la página siguiente, la propuesta para el chiste quincenal. Nadie mejor en este caso, a mi juicio, para graficar mis ideas, que el Negro Crist. Porque lo conozco desde hace más de 30 años, porque somos como hermanos y porque dibuja en blanco y negro o a color, mucho, pero mucho mejor que yo. Siempre admiré su virtuosismo y hoy me alegra poder aprovecharme de él y lucirme de esa forma. Lo de Inodoro Pereyra es más complejo. Pero creemos estar cerca de una solución a través de un dibujante cercano a mi estilo. No digo igual, porque el intento de lograr un clon limitaría muchísimo la creatividad del ilustrador. Vale este informe a los lectores para que no se sorprendan al advertir que he mejorado notablemente la calidad de mis trazos y de mis colores.

Nos estamos viendo. Negro Fontanarrosa.”

Cuando lo leí no aguante las lagrimas. Me da tanta bronca.

Es una perdida para el humor nacional. El más grande dibujante y quien nos hizo reir más en años se va a dedicar sólo a hacer los guiones. La Puta Madre que Lo Pario!!! Porqué?

El de arriba debería ensañarse con los turros que cagan a la sociedad y no con aquel que nos hace reir hasta la última sílaba.

No será lo mismo leer a Inodoro Pereyra si no veo esos trazos característicos que me dicen que ESO lo dibujó el Negro.


Negro Recuperate!!!